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Son infinidad las veces a las que me he enfrentado a la misma frase cuando estoy charlando con amigos o conocidos sobre la comida que damos a nuestros hijos: “pues yo también desayunaba magdalenas y galletas y no me ha pasado nada.”
A Niklas y a mi nos pasa muy amenudo y estoy seguro de que a muchos de vosotros también. Cada vez que comentamos lo mal que nos alimentamos, especialmente los niños, siempre hay alguién que te contesta con esa frase acompañada de una cierta sorna, dando a entender que somos unos frikis exagerados que nos movemos al albor de “una nueva moda”.
El problema es que la realidad es aún más tozuda que sus argumentos.
Por desgracia, según el último estudio realizado al respecto –2015. Estudio Aladino de la Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición– el 41% de los niños españoles sufre sobrepeso y obesidad infantil. ¡Y son datos de hace 3 años!
En 1978, cuando yo era niño, solo 4 de cada 100 niños tenía sobrepeso u obesidad infantil en España. Se ha multiplicado x4 en los últimos 40 años.
Según los datos de la OCDE, España se sitúa en el 7º lugar del ranking de países de mayor sobrepeso y obesidad infantil.
La obesidad infantil, tras el tabaco y el consumo de alcohol, se ha convertido en el elemento de riesgo más importante de cara a sufrir enfermedades cardiovasculares, cáncer o diabetes tipo II.
Y esta plaga no es solo cosa de España. En el mundo ya hay más de 2.200 millones de personas con sobrepeso y obesidad. Más que el total de los casos de malnutrición.
Creo que en general, y en España en particular, nos ponemos una venda en los ojos porque no queremos enfrentarnos a la cruda realidad. Cada vez comemos peor y nuestros hijos son las víctimas inocentes de todo esto.
¿Cuáles son las causas de esta epidemia de obesidad?
Como siempre, no hay un único culpable. Las razones son múltiples, pero las más importantes son estas dos:
La Dieta Mediterránea
¡Cómo va a ser culpa de la Dieta Mediterránea si siempre ha sido alabada como la mejor del mundo! Pues desgraciadamente es así. De hecho, en la lista de los países con mayor sobrepeso y obesidad infantil, de la que ocupamos el séptimo lugar, los dos primeros son Grecia e Italia que, junto con España, somos los tres principales valedores de este tipo de alimentación.
Pero tiene truco. La realidad es que la dieta actual que tenemos en estos países poco tiene que ver con la auténtica Dieta Mediterránea. Antiguamente, la base de nuestra alimentación eran las verduras que estaban presentes en casi todas las comidas. Es verdad que también incluíamos cereales y arroz, pero en una proporción muchísimo menor. Pero desde hace 50 años nos “vendieron” un cambio en nuestra alimentación en la que nos recomendaron que el 60% de nuestras calorías provinieran de cereales, pasta, pan, arroz, patata… No voy a entrar otra vez en las razones de este cambio y lo malo del mismo (podéis descubrirlo en este otro artículo) pero la realidad es que esto ha hecho que nos acostumbremos a un tipo de alimentación que nos hace comer cada vez más. Más cantidad en cada comida y más veces al día. Lógicamente, esto acaba degenerando en sobrepeso y obesidad.
Pero la peor parte se la llevan los niños. La pasta y las patatas fritas se han convertido en elementos recurrentes y socorridos para los padres. Frase de padre: “al menos cómete las patatas”. Como a los niños les gustan y no protestan, pues toma “dos tazas”. En cambio las verduras y el pescado… “es que no les gustan”. Solo uno de cada diez niños españoles toma verdura a diario y solo tres fruta. Otro dato triste y alarmante.
La oferta alimentaria actual
El segundo causante de la epidemia de obesidad infantil es la oferta de productos actual. Y se vuelve a ilustrar muy bien con datos.
El 80% de los productos que tenemos hoy en un supermercado no existían en 1985 y el 74% tienen entre sus ingredientes azúcar añadido con algunos de los más de 60 nombres que tiene.
Esta plaga de alimentación ultraprocesada es otro de los elementos que también da respuesta a esos escépticos de los que hablaba al principio. Como digo siempre, cuando nosotros éramos pequeños, ni comíamos tanta “porquería”, ni la que teníamos a nuestro alcance era tan mala. Por ejemplo, las galletas que yo comía de pequeño había que meterlas en cajas de latón porque si no enseguida se quedaban blandas y ahora, en cambio, se mantienen duras por semanas gracias a infinidad de aditivos artificiales.
En mi infancia, lo normal es que tomáramos un refresco o un bollo de forma excepcional. Por desgracia, hoy en día, los bollos industriales, los refrescos y los zumos en tetrabrick –bombas de azúcar– son los reyes de la merienda a la salida del colegio. Por no hablar de las chucherías que abarrotan los “chinos” de barrio cuyos principales clientes son niños y pre-adolescentes y que nosotros veíamos de higos a brevas. O de las cadenas de comida rápida, que han florecido como setas y se han convertido en el sitio preferido del fin de semana. O lo peor… nuestros armarios de cocina repletos de cereales de desayuno, ketchup, salsas y caldos preparados, comida precocinada, yogures light, margarina, snacks y un largo etcétera de comida ultraprocesada y cargada de aditivos y azúcar que, sin darnos cuenta, está condenando a nuestros pequeños y que nosotros veíamos solo de vez en cuando.
Si nosotros fuimos alimentados mucho mejor que nuestros hijos y en cambio mientras hemos crecido no hemos visto si no crecer la cifra de enfermedades cardiovasculares, cáncer, sobrepeso y obesidad a nuestro alrededor, ¿qué sucederá con nuestros hijos si seguimos así?
La solución: volver a una dieta saludable de verdad
Los países del mediterráneo (España incluido), están realizado intervenciones a través de programas formativos e informativos, dirigidos a menores y a centros escolares, mejorando así la educación nutricional en los colegios y haciendo que las comidas escolares sean más saludables de lo que eran hasta ahora.
También han comenzado campañas de concienciación popular en medios de comunicación masivos con el objetivo de modificar los malos hábitos de la población para que, desde bien pequeños, la única forma que concibamos la alimentación sea a través de una dieta saludable, natural y equilibrada.
El problema es que mientras los mismos que impulsan estos programas de concienciación sean los que fabrican y permiten los productos que nos perjudican, el cambio real no llegará. No se puede ser juez y parte.
La auténtica realidad es que el cambio está en nuestras manos y es bastante más fácil de lo que parece. Y lo mejor es que estamos a tiempo. Tan solo es una cuestión de prioridades. Es crucial aumentar el consumo de frutas y verduras y evitar la ingesta de bollerías, refrescos azucarados y golosinas, ya que la alimentación de nuestros niños en esta etapa es crucial para su desarrollo.
Pero lo más importante es que como padres, tenemos la responsabilidad de inculcar hábitos saludables a nuestros hijos. Por su bien.
Aunque esto parezca misión imposible, cuidar la alimentación de nuestros niños es más fácil de lo que parece, solo se necesita un poco de ingenio. Un buen ejemplo de ello lo encontraréis en estos artículos:
- ¿Cómo preparar un cumpleaños infantil sin azúcar?. Aquí tenéis ideas de Niklas, tanto dulces como saladas, para que los más pequeños además de disfrutar, se alimenten correctamente en un cumpleaños.
- Otra de mis preferidas para esta temporada es el helado de crema de cacahuete que hizo Niklas hace pocas semanas. Está buenísimo, es refrescante y es muy fácil de hacer.