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Ahora es época de frío, de abrigos y cómo no, de nieve. De poder disfrutar de ella y de las posibilidades que nos ofrece en cuanto a ejercicio. Como sabéis, en más de una ocasión os he hablado del ejercicio en la dieta paleo, y hoy os traigo uno de mis favoritos: el esquí de travesía.
Empecé a esquiar a los tres años. Mi familia y yo pasábamos todas las vacaciones de invierno en Noruega (ya que para los suecos del sur las montañas noruegas quedan más cerca que las suecas), aunque también fuimos alguna vez a Austria, Francia o Suiza.
Pero, ¿sabéis exactamente qué es el esquí de travesía? Es una mezcla de esquí y alpinismo que consiste en hacer la ascensión y el descenso de un pico o de una travesía. En sus orígenes, allá por el siglo XX, se colocaban pieles de foca debajo del esquí para poder subir las pendientes (el contrapelo sirve de freno sobre la nieve). Actualmente se utilizan pieles sintéticas que se quitan para poder descender. Para el que no quiera usar esquís normales, sino subir las montañas con algo más ligero, hay esquís especiales fabricados para este deporte. Algunos son tan ligeros que parecen zapatillas de correr. ¡No pesan nada!
Os dejo aquí un vídeo de mi última escapada:
Cuando tenía 20 años, y después de haber esquiado tanto, me aburría tener que bajar la pista y fue así como comenzó mi andadura en el mundo del esquí de travesía hace ya 17 años. Entonces, en Suiza había muy poca gente que lo hacía y solían mirarme raro pero últimamente veo como cada vez se animan más personas a probarlo.
Si vas, como es mi caso, al lado de la pista, el riesgo que corres no es mucho. Pero también es cierto que si lo haces fuera de ella el riesgo aumenta, por lo que se requiere de material específico para poder desarrollarlo. Yo me hice con unos nuevos esquís, botas, fijaciones y palos de la marca Dynafit. Exactamente los DNA que han salido justo este año. Os recomiendo que probéis estos esquís porque aunque son caros, son muy ligeros y muy buenos, sobre todo para subir.
Lo que suelo hacer es subir desde Verbier que está a 1.500 metros de altura hasta Col de Gentienes, un puerto que está a 3.000 metros. Estos 1.500 metros de desnivel los hago en dos horas y cuarto aproximadamente. ¡Eso sí que cansa! Desde el principio me encantó la sensación de libertad que ofrece. Poder alejarte de los telesillas y los remontes en los que está todo el mundo y disfrutar de la montaña con total libertad es una sensación increíble.
Mi próximo reto: participar el próximo año en la Patrouille des glaciers. Una competición en parejas o tríos donde el objetivo es llegar lo más rápido posible de un lugar a otro. ¿Te apuntas tú también? ¡Déjame un comentario más abajo y charlemos!